Visita 1

LOS ENCUENTROS CON SATHYA SAI

      En la tarde conversamos durante mucho tiempo con Anna. Yo trataba de aclarar todo y entender lo que era más importante y lo que menos. Pedía consejos sobre mis padres, amigos y me atormentaba pensando en la tentación que me podría hacer desviar del Camino. Por ejemplo, ¿qué amor terrenal y pasajero sería capaz de eclipsar a Dios para mí? ¿Qué nidito cómodo o bienestar material podría dar la felicidad más grande que el Amor Eterno en la Unión con el Amado Principal? ¡Aquella Riqueza que obtuve se convirtió para mí en lo único por lo que quiero luchar ahora y vivir!
      Anna me propuso que antes de mi partida, visitáramos al sitio de poder de Sathya Sai, que se encontraba cerca de su casa. Ella añadió que era Él Que cuidaba y supervisaba su casa y las casas de otros miembros cuidaban y supervisaban otros Maestros, tales como Adler, Babaji o Kair. Y Él, Sathya Sai, está sentado ahora aquí, escuchándonos.
       ¡Con alegría acepté esta propuesta!
       

* * *
      Bajo el solecito matutino, estábamos caminando por la cuidad.
      Al llegar a la plaza, sentí que automáticamente subí como un Mahadoble. Nos acercamos al árbol cerca del cual uno podía experimentar a Sathya Sai más intensivamente. Yo, después de haber pasado por este lugar, de cabo a cabo, unas 15 veces, me disolví finalmente en el éxtasis. En aquella mañana no había mucha gente, pero aun así tratamos de no llamar la atención.
      —Una vez —empezó a contar Anna— yo vi cómo Sathya Sai jugaba con los niños. Había caído una fuerte y los gusanos salieron al sendero en el parque. Sathya Sai tocaba los anahatas de los niños con Sus brazos, y ellos, inspirados, salvaban estos animales, transportándolos del sendero a la hierba.
      Anna me propuso intentar llenar el Mahadoble de Sathya Sai, empezando desde Su Rostro, luego sumergirme, desde Su Anahata, en las profundidades de la multidimensionalidad y experimentar allí la infinitud del Creador.
      Haciendo esta meditación, me mareé un poco. Anna dijo que era normal y que después yo aprendería a «bucear» más profundamente.
      Caminamos más por la plaza y cerca del río. Anna me mostró dónde se encontraban los Mahadobles de Vladimir, de Adler. Pero con cada minuto se acercaba el momento de mi partida.
      Los últimos 15 minutos pasamos sentadas en silencio en una banca.
      Me voy.
      ¡Tantas cosas tengo que aprender, tantas que hacer! ¡Y qué maravilloso es vivir!

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