Despedirse de los gatos

            Hace muchos años escribí a Vladimir por primera vez. En aquel entonces era una estudiante de la facultad de medicina. Debido a que, por lo visto, yo no comprendía completamente algunas cosas, Vladimir me propuso trabajar en el aspecto ético de mi vida y escribirle otra vez después de graduarme (o sea, después de cuatro años); por supuesto, si no cambiara de opinión para entonces.
      Yo le escribí después de 6. ¿Por qué? Porque me consideraba no preparada y desmerecedora.
      En la nueva carta pedí a Vladimir algunos consejos y suponía que nuestras relaciones no irían más allá de esto.
      Pero Vladimir, por el contrario, me contestó con mucho afecto.
      Luego nos escribimos durante dos meses hasta que él, de repente, me comunicó que quería encontrarse conmigo personalmente. ¡Yo, de verdad, no esperaba tal peripecia! ¡Mi triste futuro, súbitamente, empezó a brillar de colores radiantes!
      Quedamos en que nos encontraríamos en la primavera, en los últimos días de abril. En el tiempo que restaba hasta aquel encuentro, yo debía, por mí misma, estudiar el curso de raja yoga, descrito por Vladimir en sus libros y películas.
      Durante aquellos meses, también tuve que pasar a través de varias pruebas, las que, teóricamente, podrían provocar el aplazamiento del viaje. ¡No obstante, yo ya sabía y entendía muy claramente que Dios me estaba probando!
      En particular, conmigo vivían un gato y una gata de seis meses. ¡Yo les amaba muchísimo! Sin embargo, comprendía que Vladimir no aprobaría ese apego mío, el cual no me permitía ni siquiera dejar mi casa por unos pocos días. Sí, por un lado, me daba pena tenerlos en un departamento pequeño como en una jaula, pero, por el otro lado, ¡tenía miedo de permitirles ir a la calle, donde, como yo pensaba, un carro les podría atropellar!
      Recuerdo que una vez, delante de mis ojos, un gato, cruzando la calle, saltó directamente a las ruedas del carro. El carro se fue, pero el gato se quedó acostado retorciéndose. Y a lo lejos ya se veían los faros del otro carro. Me lancé a la autopista y, recogiendo el gato, corrí con él hasta el lado opuesto, lo puse sobre las hierbas debajo de un abedul. Un sencillo gatito blanco-negro, pequeño, indefenso, con los ojos medio cerrados, tan cálido… Él se contrajo por última vez en agonía y murió.
      Y yo seguía teniendo mis mascotas entre cuatro paredes.
      ¡De repente, Vladimir me escribe que me está viendo (¡desde otra cuidad!) «en unión con los gatos»! ¡Es muy bueno que les ames así, me dice, pero para ti es el tiempo de unirte, en las emociones de amor, con Dios, y no con los gatos!
      Además, Vladimir señaló que, quizás, fuera mejor posponer nuestro encuentro, si en aquel entonces para mí resultaba difícil estar de acuerdo con que era mejor entregar los gatos en las buenas manos de otras personas.
      ¡Me paralicé de sorpresa! ¿Cómo pudo él definir tan precisamente mi situación?
      Pues, ni siquiera yo misma sospechaba que estuviera «en unión» con algo o alguien. Sin embargo, analizando después toda esta situación, comprendí que el cubrir con mis besos sus pequeñas narices y sus vellosas y suaves panzas era justamente esa manifestación del amor de la cual habló Vladimir!
      Era el problema de la redistribución de los indriyas. Nosotros podemos dirigir nuestra atención y amor hacia los objetos materiales, incluso, por ejemplo, hacia los gatos o perros, o podemos dirigirlos hacia Dios a Quien amamos tan fuertemente que aspiramos a Su conocimiento y a la Unión con Él.
      Además, yo vi que, a pesar de ser médico, mi propia salud dejaba mucho que desear. El conocimiento que obtuvimos en la universidad no era suficiente ni siquiera para que nosotros mismos, los estudiantes, tuviéramos salud.
      Estuve convencida de que debía resolver estos problemas lo más pronto posible.
      Después de tres días, saliendo para el trabajo, dejé que el gato, quien ya durante mucho tiempo ansiaba huir de la casa, lo hiciera. Mirando atrás, lo vi por última vez, corriendo alegremente con la cola levantada, y me fui.
      En cuanto a la gata, se la pude regalar a una amiga. Así mi animalito podría vivir más contento en compañía de otras cinco gatas.
      Y, por fin, en mi casa se posó el silencio. Se desocuparon los indriyas y pude dirigirlos entonces a Dios. Justamente de eso me hablaba Vladimir.
      No tuve ninguna duda más acerca de mi viaje.
      Empecé a trabajar enérgicamente sobre mí misma, usando los métodos elaborados por Vladimir. Limpiaba mis chakras y meridianos. También trataba de aprender a mirar desde los chakras. ¡Me resultaba muy bien! ¡La salud mejoró notablemente! ¡Mi rostro se hizo más joven hasta tal grado que incluso mis conocidos dejaron de reconocerme!



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