Visita 1

Y ALGUNOS, DESPUÉS DE LLEGAR CASI A LA CÚSPIDE, CAEN

     Larisa conversó mucho conmigo. Ella contaba sobre su vida, sobre su experiencia que podía ayudarme, también daba consejos sobre los contactos con unas u otras personas, con las cuales yo tenía no muy buenas relaciones. Con ella me sentí como una pequeña niña a quien su mamá la cubre cuidadosamente con una cobija antes del anochecer.
      Anna también se volvía a menudo hacia mí, se acercaba y sugería nuevas meditaciones mientras estábamos caminando, por ejemplo, hacia el tren. Ella misma siempre trataba de abrazar y de amar a todo lo viviente y deseaba ayudarme, para que esto también se convirtiera en el motivo principal de mi vida.
      Anna estaba llena permanentemente de una exaltación especial, y esto hasta se reflejaba en su forma de hablar. A veces las entonaciones de su voz, en los lugares emocionalmente importantes, cambiaban de repente, creando la impresión de una pequeña bandada de pájaros alegres que, llamándose uno a otro, levantaba el vuelo. En aquellos momentos yo también quería levantar el vuelo junto con ellos.
      No obstante, con la pareja cuyos nombres decidí no mencionar, no logré intimar. Ellos todo el tiempo se mantenían juntos, pero distantes de los demás. Llegaban juntos y juntos se iban. También noté que ambos llevaban anteojos con lentes grandes. Pregunté a Anna sobre esto. Ella no contestó enseguida, pero, después de pensar un rato, dijo:
      —Puede ser que ellos simplemente no se hayan propuesto este objetivo o, tal vez, sea porque llevan anteojos desde la niñez y ya se acostumbraron.
      No podía comprenderlo completamente. Quizás, porque yo misma empecé a usar anteojos a los dieciocho años y sabía perfectamente qué es poder ver sin ningún medio auxiliar. De todos modos, quería muchísimo recuperar mi vista. Te sientes especialmente mal en el bosque si has olvidado tus anteojos. ¡Pues, quieres ver cada hojita, cada hierbecilla y todos los colores en toda su vivacidad, pero no puedes!
      Recordé una historia que pasó conmigo. En aquel entonces yo estuve de pasante en la sala de recepción de un psiquiatra. Así que, tenía la oportunidad de observar a varios pacientes y la manera de cómo el médico los trataba. Pronto llegó uno que afirmaba poder ver el futuro. Puede ser que él realmente lo viera, pero tomaba su medicina a cada rato. Al mirarme, él, de repente, dice:
      —¡Tú puedes hacer que uno no necesite llevar más anteojos, pero no lo sabes todavía!

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