Visita 1

¡LO ESTÁS HACIENDO MUY BIEN!

      En la noche tuve un sueño muy agitado. Soñé con tonterías y en la mañana sufrí de dolor de cabeza y de cuello.
      En los últimos años esto se repetía con frecuencia. Y hasta tuve que cambiar varias almohadas y hacer regularmente ejercicios físicos para el cuello y los hombros. Pero esto no daba ningún resultado. Es más, la sensación de que la cabeza estaba «sobrecargada de basura», de la cual yo no podía deshacerme de ningún modo, se acrecentaba.
      Nos duchamos, desayunamos y nos abrigamos bien. Era todavía inicio de primavera.
      Conociendo mi aguda sensibilidad hacia el frío, arropé mi cuerpo con varios suéteres. Encima, además, me puse una chompa y sobre los pies, botas de caucho. Anna explicó que la pernera en el bosque debe estar por encima de las botas, para que las agujas de los árboles, toda clase de basura de bosque y los bichos, como, por ejemplo, garrapatas, no pudiesen caer allí de ninguna forma.
       Así que, muy de mañana —bajo el tierno solecito matutino y con el ruido de pocos carros— estábamos yendo, por las calles todavía tranquilas, hacia la estación de tren.
      —Mientras estás caminando en estas condiciones —me dijo Anna, pronunciando suave y distintamente todas las palabras—, puedes continuar los entrenamientos. Por ejemplo, puedes pasar, como conciencia, de un chakra al otro, limpiándolos y expandiéndolos. Después puedes colocar en el anahata la visualización de un pequeño y tierno sol y mirar desde allí —siendo este sol— hacia todos los lados.
      Me puse a entrenar. De repente, una observación que hizo Anna me maravilló sinceramente.
      —¡Lo estás haciendo muy bien! —dijo ella.
      Me detuve por la sorpresa. ¡Estoy haciendo aquello que siempre podía hacer! ¡Nunca tuve dificultades con concentrarme intencionalmente en una u otra parte de mi cuerpo, visualizar las imágenes, mirar desde el tórax al mundo circundante! Después, cuando conocí los libros de Vladimir, me daba tanto placer realizar los pranayamas con las visualizaciones de los barriles. ¡Era uno de los ejercicios más eficaces de purificación! (Antes de visitar a Vladimir, yo tuve que dominar, por mí misma, el curso entero del raja yoga y todavía pensaba que mi nivel obtenido independientemente no correspondía al nivel requerido).
      Cuando nos acercamos a un puente sobre el río, Anna me sugirió la siguiente meditación:
      —Con un brazo de la conciencia tomamos un lado del río, pasando el brazo profundamente debajo de la arena en el fondo y, con el otro brazo, tomamos, de la misma manera, el otro lado del río.
      Experimenté mis brazos que crecían desde mi anahata. Los percibí formados de luz blanca y los extendí, hasta donde pude, debajo del cauce del río. Sentí cierta tensión debido a la necesidad de mantener la concentración continuamente. No obstante, la novedad y la singularidad de las sensaciones me alegraban.
      Cuando la concentración disminuía, hacía una pausa y luego repetía todo nuevamente. Anna sonreía. Me gustaba mucho cuando sonreía. Para mí esto significaba que todo iba bien.
      Se acercaba el momento de nuestro encuentro con Vladimir. Nos encontramos en el lugar acordado, esperando a sus otros compañeros de viaje. Según mis cálculos (a base del libro «Cómo Dios puede ser conocido. Libro 2. Autobiografías de los discípulos de Dios»), eran siete personas, incluyendo a Vladimir.
      Me causaba un poco de turbación mi encuentro futuro con Olga. No sé por qué, pero leí su autobiografía con dificultad, y hasta con cierto rechazo. Por ende, temía que ella notara esas emociones mías. (Más tarde llegué a saber que Olga ya abandonó el grupo).
      Se acercó Larisa, me abrazó y después empezó a discutir algo con Anna tranquilamente.
      Se acercaron dos personas más. Nos saludamos y nos abrazamos. Después ellos mantuvieron cierta distancia conmigo. No sé por qué. ¿Quizás, cada persona nueva despertaba sus sospechas? Sus nombres, por las razones que expresaré más adelante, no los voy a mencionar.
      Y, por fin, vi a lo lejos, caminando vigorosamente, a Vladimir y a Katia. Nos abrazamos con Katia y, cuando Vladimir se me acercó, yo hasta entrecerré mis ojos de deleite. Él sonrió, me abrazó y besó.
      Sabía que él tenía más de 60 años. Pero yo, con asombro, observaba su cuerpo bien proporcionado y su rostro joven que, sin embargo, llevaba una barba blanca. Yo le daría unos 30-35 años y sin barba, aún menos.
      —Estás mejor de lo que yo esperaba —dijo él, apartándose un poco a un lado y mirándome con clarividencia—. ¡Has trabajado muy bien con los chakras! ¡Bravo!
      ¡Sonreímos todos juntos y yo, por fin, respiré con alivio!
      No obstante, todavía me sentía «como durante un examen» en la presencia de Vladimir y de sus amigos.
      Cubierta de varios suéteres y de una chompa de bosque, llevando una gorra «con orejas» y lentes, escondiéndome dentro de «mí misma», me parecía, de verdad, a una estudiante asustada.
      Finalmente, subimos a un tren eléctrico. Este día debería ser mi primer día de encuentro personal y directo con Dios, como me informó Vladimir.
      ¿Con Dios real y vivo? ¿Cómo es posible realizarlo?
      A mis veinte años, yo, por primera vez, leí en los libros de Vladimir que sí es posible. Pero para lograrlo, hay que esforzarse muchísimo en la autotransformación ética, que se realiza, entre otras cosas, a través de dominar el sistema de autorregulación psíquica y después a través de la refinación y el crecimiento de la conciencia.


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